jueves, 28 de febrero de 2008

Adiós, María...



Está lloviendo y pienso que es de lo más oportuno; parece que te estoy oyendo suspirar, cuando pasaban más de diez días sin llover y te quejabas: "Ai, temos sequía...". Siempre me hacía sonreír esa frase y te lo dije muchas veces, que como te oyeran los de Valencia, te iban a dar a ti sequía; pero seguías moviendo la cabeza preocupada, pensando en si aguantarían las judías o en si tendrían agua las vacas de fuera.

¿Te acuerdas del primer día que fui a tu casa? Hace tanto tiempo... aún vivía el abuelo. Yo estaba muy nerviosa, sólo te había visto una vez, a ti y a la tía Fina, un día en casa de Maruja, por el patrón. Y no conocía a nadie más de la casa. Llegamos y vi que Antonio abrazaba a una señora y me la mostraba sonriendo. Y yo, más torpe que torpe, pregunté "¿... Quién es?" y Antonio todo sorprendido, "... Pues ¿quién va a ser? ¡¡Mi abuela!!". Y sólo recuerdo que a continuación os reistéis todos de mí, porque mi reacción fue quitarte el sombrero de paja que llevabas -venías de la fuente- y decir, al verte sin él: "¡Ay, claro!". Desde aquel día el chiste fue que sólo te conocía si te veía el pelo...

Ha pasado mucho tiempo. Veinte años. Y te pasaron tantas cosas en estos veinte años... Se te murió el marido, se te murió un hijo y has visto como otros dos te enfermaban... Tú misma, sin quejarte, pasaste por más de un susto. Como el último, esa caída, esa última caída de tantas que tuviste, que te ha afectado al pulmón y se te ha llevado.

Una de las penas que tuve este año, fue pensar si te enfadarías conmigo. No sé si te habrán contado qué ha pasado y por qué no fui a verte -¡y cómo lo eché de menos!- ni en verano, ni en Navidad. Pero tú sabes que te quiero ¿verdad? Sigue conmigo un ratito más, como estabas hasta ahora...


La bisabuela de mi niña ha muerto. María no se llama María por ella, pero ha sido una de esas casualidades que te hacen pensar que hay una armonía oculta en el universo. Era una de las personas más amables, cariñosas, risueñas y cálidas que he conocido en mi vida. Al conocerla, sabías que existía buena gente en el mundo, gente capaz de devolver bien por mal y acogerte siempre con una sonrisa y un abrazo. La quise como si fuera mi propia abuela, y sé que me quiso como si yo hubiera sido su nieta.

Descansa en paz, mi reina, que te lo has ganado...



martes, 26 de febrero de 2008

There is too much butter on those trays...






El vídeo me lo he encontrado en menéame. No voy a ser tan idiota como para pensar que va a tener más repercusión si lo cuelgo en mi blog de la que tendrá allí.

Pero tengo que hacerlo; tengo que reinvindicar a todos los camareros que algún día se fueron de su casa y de su país, porque buscaban algo mejor, a todos los que tuvieron las suficientes agallas para intentar comenzar de nuevo y mejorar y soñar con el futuro. Nacieran en España hace 50 años, o en Ecuador hace 25. Trabajaran de camareros, de fregonas, de canguros, de friegaplatos, de albañiles...

Es duro estar lejos de casa. Y hay mucho burro...




domingo, 24 de febrero de 2008

Los números primos son ventanas a otro mundo



-"¿Algo especial, Joe, en el número 4875?"
-"Es sólo divisible por 13 y 25."
-"¿Algo especial, Joe, en el número 7241?"
-"Es divisible por 13 y 557."
-"¿Algo especial, Joe, en el número 8741?"
-"Es un número primo."

Nadie de su familia le estimula en lo de los números primos; son un placer solitario.


El párrafo anterior es sobre Joe, un joven autista con una habilidad especial para los números primos, y pertenece al último libro que he leído, "El hombre que confundió a su mujer con un sombrero", de Oliver Sacks. Dice el resumen editorial que el libro cuenta veinte historias clínicas de pacientes con diversas enfermedades neurológicas. Si leéis la reseña de la wikipedia que os he enlazado, veréis que indica que al doctor Sacks le gusta novelar sus casos clínicos; yo no sé si estará mal visto entre sus colegas hacer este tipo de literatura divulgativa (había gente que decía de Carl Sagan que era poco serio por contarnos el universo de una forma que nos enamoró a tantos...). Lo que os puedo contar es que esos casos están descritos con gran sensibilidad, gran respeto a sus pacientes y una gran humanidad. Todos los casos son especiales pero quería hablar del de dos hermanos gemelos, John y Michael, diagnosticados a lo largo de su vida como autistas, psicóticos o gravemente retardados.

Cuando Oliver Sacks les conoció era el año 1966, tenían 26 años y eran famosos por su curiosa habilidad de decir inmediatamente en qué día de la semana caía una fecha del futuro o del pasado, por muy lejanas que fueran, lo que les había brindado incluso, su momento de gloria televisivo.


Los Gemelos dicen: "Dígannos una fecha cualquiera de los cuarenta mil años futuros o pasados". Se les da una fecha y, casi instatáneamente, ellos dicen a qué día de la semana corresponde. "Otra fecha", gritan, y se repite la operación. Son capaces también de determinar en qué fecha caerá Pascua dentro de ese mismo período de 80.000 años. [..] mueven los ojos y los fijan de un modo peculiar cuando hacen eso... como si estuvieran desplegando un calendario mental.

[..] La memoria que tienen para los números es excepcional... y posiblemente ilimitada. Repiten un número de tres cifras, de treinta cifras, de trescientas cifras, con la misma facilidad.

[..] Pero cuando uno pasa a examinar su capacidad de cálculo, resulta que lo hacen asombrosamente mal, tan mal como podría esperarse de su índice de inteligencia de sesenta.


Siguen una serie de consideraciones del autor sobre las dificultades para establecer un algoritmo que permita calcular las fechas de la Pascua y el asombro que causa que los Gemelos pudieran desarrollarlo con su limitada capacidad de cálculo. Y cuenta también como, inevitablemente, cuando se les pregunta sobre su capacidad para retener números tan grandes en su cabeza, ellos se limitan a responder "Los vemos". Va contando más anécdotas sobre el dominio de los Gemelos sobre los números, hasta llegar a la que me dejó fascinada.

Cuenta que se los encontró sonrientes, con aire confidencial y misterioso, como gozando de una extraña paz y disfrutando un extraño placer. Se limitaban a decirse números: un gemelo, John, decía un número, de seis cifras, mientras Michael escuchaba, asentía y lo paladeaba. Luego decía a su vez otro número de seis cifras y entonces, su hermano John escuchaba y lo disfrutaba. El doctor Sacks se quedó en silencio, escuchando y sin entender nada, y comenzó a copiar los números que decían los Gemelos.

Al llegar a casa, consultó diferentes libros matemáticos, intentando encontrar un significado a aquella lista de números: buscó en tablas de logaritmos, tablas de potencia, de factores... en 1966 no disponía de un ordenador que le ayudara, sólo contaba con su propia pasión por los números y de una corazonada que le llevó a consultar un libro sobre números primos. Y, efectivamente, todos los números de la lista eran números primos.

Armado con el libro, y sin remordimientos por hacer trampa, al día siguiente consiguió integrarse en el juego de los Gemelos; primero le miraron recelosos, pero al ver que también podía decir números primos, sonrieron y le aceptaron. Empezaron con números de seis cifras, como el día anterior. Pero la curiosidad impulsó al doctor Sacks a ofrecerles un número primo de ocho dígitos,


Habían visto de pronto, tras un proceso interno incomprensible, que mi número de ocho cifras era un número primo... y esto les produjo claramente una gran alegría, una alegría doble; primero porque yo había introducido un elemento de juego nuevo y divertido, un número primo de un orden con el que no se habían encontrado hasta entonces; y, segundo, porque era evidente que yo me había dado cuenta de lo que estaban haciendo, me había gustado y me había unido al juego.

[..] Después John, que era el que llevaba siempre la iniciativa [pensó durante cinco minutos] y luego dijo un número primo de nueve cifras; y tras un período similar de tiempo su hermano respondió con otro número semejante; luego yo, por mi parte, tras un vistazo subrepticio al libro, añadí mi propia aportación, un tanto deshonesta. Un número primo de diez cifras.

Volvieron a quedar callados, un rato aún mayor, inmóviles, atónitos; y luego John formuló un número de doce cifras. Yo no tenía ningún medio de comprobarlo, y no pude responder, porque mi libro no sobrepasaba los primos de diez dígitos. Pero Michael, sí, aunque debió de tardar unos cinco minutos... al cabo de una hora estaban intercambiando primos de veinte dígitos. O eso creo, porque no tenía forma de comprobarlo.


En este punto, el autor comienza a tocar el tema de la iconicidad, de los que aman los números y los llegan a identificar como conocidos, de lo que en "El tío Petros y la Conjetura de Goldbach" denominan la cualidad de amistad con los enteros, o la cualidad de reconocer miles de números especiales de entre miles de números enteros. Así, el tío Petros, llegó a dotar a distintos números de personalidad: el 65 era un caballero de la City con bombín; el 333, un rechoncho holgazán que robaba la comida del 111 y del 222, sus hermanos; el 8191, un gamin francés... los números pares los visualizaba como hermanos gemelos y sufrió una gran crisis el día que soñó con el 2100, visualizado como un par de jovencitas, que con una sonrisa cruel, le advirtieron "Nunca nos alcanzarás.. ".

Supongo que mi propia experiencia en este tema es bastante cómica, pero hubo una época en que visualizaba de forma especial los números (aún la conservo, de hecho). Todo empezó con un juego adolescente: si ves una matrícula que contenga "99", le gustas al chico que te gusta. Si la matrícula contiene el "999", te pedirá que salgas con él. En fin, mi adolescencia fue una época de mirar matrículas de coches de forma bastante obsesiva... falta de fe en mí misma, supongo. Sea como fuere y viendo que no abundaban las matrículas que contenían "999", comencé a buscar ese "999" que se ocultaba en tantas y tantas matrículas. Considerad la matrícula 6975; ya tiene un 9 y como 6 es 2+4 y como 7+2 es 9 y como 5+4 es 9, ya había encontrado una matrícula con mis tres nueves. Desarrollé una capacidad asombrosa para descomponer los números de una matrícula en factores y reagruparlos. Aunque debo confesar que para mi vida amorosa fue más importante el día que dejé de mirar matrículas y empecé a mirar a la gente. Pero aún hoy me sorprendo mirando alguna que otra matrícula con ojos soñadores.

Supongo que lo limitado de mi relación con los números me lleva a envidiar a los que son capaces de reconocer patrones e identificar armonías en el universo de los enteros. Cita Oliver Sacks a Leibniz: "El placer que nos proporciona la música viene de contar, pero de contar inconscientemente. La música no es más que aritmética inconsciente". Y teoriza sobre la posibilidad de que los Gemelos utilizaran inconscientemente una aritmética modular, en la que los patrones debidos a números primos les permitieran dibujar su universo particular. Ello explicaría, por ejemplo, su capacidad de visualizar el día de la semana correspondiente a una fecha basándose en el siete, un número primo.

Esta historia de los Gemelos tiene, en mi opinión, un final triste. La serenidad de la que gozaban juntos, intercambiando números (y viéndolos) y su amor por ellos fue sacrificada en aras de "normalizarlos": primero los separaron, luego los reeducaron. Consiguieron que aprendieran a coger un autobús, a mantenerse limpios, acabaron trabajando y ganando un pequeño sueldo... pero perdiendo su capacidad numérica, ese fue el precio que pagaron por ser semiindependientes y socialmente aceptables.

La gente diferente nos asusta y tendemos a anular sus capacidades, a hacerla volver al redil de la normalidad. Yo preferiría soñar en un universo de números primos y poder paladearlos, antes de ser capaz de coger un autobús. Y, desde luego, no sé hasta que punto es cierto que mis facultades intelectuales son mejores que las de otros.

Aún no hemos aprendido a respetarnos en nuestras diferencias. Aún no hemos aprendido a cambiar la perspectiva y a cuestionar nuestras supuestas habilidades cuando aparece algo que no comprendemos; así, es fácil que despreciemos capacidades tan maravillosas como la de estos Gemelos.

El título es una frase de Joe, el joven que reconocía a los números primos como "especiales".

sábado, 23 de febrero de 2008

San Amaro, 19


La casa tenía tres alturas, de las que mi abuela ocupaba dos, la primera y la segunda planta, a las que se accedía por la calle San Amaro. Por la calle de Lugo se entraba a la planta baja, en la que había un bar. Hablo de un edificio que salvaba la cuesta existente entre ambas calles, así que desde nuestro punto de vista, el bajo de la calle de Lugo era como un sótano.

El portal de la calle San Amaro tenía una puerta que es muy típica en Galicia, con la hoja partida horizontalmente, de forma que la parte inferior es la que se sujeta a la pared para cerrarse mediante una gran pestillo metálico y la superior se engancha en ella para cerrar el conjunto. Durante el día sólo la parte inferior estaba cerrada y la superior permanecía abierta, como invitando a entrar. Era una delicia jugar en aquel portal, al amparo de aquella puerta; y, si no nos veían los mayores, disfrutábamos colgándonos en la hoja inferior, balanceándonos hacia dentro y hacia fuera...

Del portal, además, recuerdo dos cosas. La primera, la más importante, la puertecilla que ocultaba la llave de paso del agua. Y era tan importante porque tras aquella puerta siempre aparecía algún pequeño tesoro (un caramelo, alguna moneda de 10 céntimos, un pequeño juguete de plástico...) No sé si abuela los iba reponiendo a lo largo del día; sí sé que éramos muchos nietos y raro era el día que no encontrábamos algo allí. También es cierto que este recuerdo es de mi primera infancia, cuando aún no iba al colegio y pasaba todas las mañanas con mi madre, camino del mercado... luego se fueron espaciando hasta desaparecer.

La segunda cosa que me mantuvo siempre hipnotizada (incluso de mayor) era el llamador, en forma de mano, de la puerta que permitía acceder del portal al interior de la casa. Cada miembro de la familia tenía su propio ritmo, su propio repique, para que se pudiera identificar desde arriba al que estuviera llamando. Y los niños, que no llegábamos aún a aquella pequeña mano de bronce, que sujetaba una gran bola y lucía un final de manga con puntillas, nos fijábamos en el ritmo propio de nuestros padres, para poder imitarlo en cuanto fuera posible. Y conteníamos la respiración mientras se oían pasos arriba, en el piso de madera, esperando la frase ritual "¿Quién?", a lo que, invariablemente, había que responder "¡Yo!". Esa es aún la contraseña en el portero automático de mi madre y del resto de la familia.

Una vez franqueada esa puerta había que subir cinco escalones, girar a la izquierda en el pequeño rellano y subir otros nueve escalones más. Se llegaba así a un pasillo con cuatro puertas. La de la izquierda daba a la habitación de coser. La del frente, al comedor. Había una a la derecha para la sala pequeña, la de recibir. Y ya, al fondo, la de la sala.

En la habitación de coser entraba poco. Era una habitación en dos alturas, con un par de ventanas a la calle. En ella cosía mi madre cuando tuvo que dejar de estudiar y ponerse a trabajar para ayudar a mantener a la familia. Y en ella seguía cosiendo mi tía Canucha; allí estaban la máquina de coser, la plancha y montones y montones de retales que iban quedando sueltos. En esa habitación había también una puertecita que llevaba a un pequeño cuartucho que me encantaba porque tenía un ventanuco sobre las escaleras. Bueno, me encantaba hasta el día que a mi primo Tonecho no se le ocurrió otra cosa que pegarme un susto, asomándose de repente, mientras yo subía; casi me hizo caer de espaldas rodando escaleras abajo. La lástima es que apenas nos dejaban entrar en él. Fue de los primeros cuartos en ser cerrados, como contaré más adelante.

La puerta importante era la del comedor. El comedor, el rincón de abuela, figurada y literalmente. Ella pasaba allí casi todo el día. Nada más entrar, a la derecha, una pequeña puerta ocultaba un armario empotrado que había acondicionado para descansar. Cuando yo era pequeña, sólo la recuerdo allí dentro después de comer; después, a medida que envejecía, lo utilizaba cada vez más a menudo. Meterse en su rinconcito, con ella, era fascinante. Tenía una especie de colchón tirado en el suelo, y mientras te hacía un hueco en el que acougar, echaba mano de sus cosas: un mantón para taparse, su pequeño transistor para escuchar las noticias... la bolsa de toffees, de la que parecía escoger uno especial para dártelo a ti. Allí dentro se estaba a oscuras, salvo por pequeños agujeros en la puerta que dejaban pasar pequeños rayos de luz; siempre olía a jabón de tocador y su ropa nos rodeaba en un desorden que debo haber heredado. Te sentías a gusto, calentito y en paz. Ahora que lo pienso, tal vez tenía algo de guarida animal, de nido en el que criar cómodamente a tus cachorros...

Justo enfrente de ese armario, e inmediatamente a la izquierda de la puerta de entrada al comedor, estaba su gran radio y su silla, en la que pasaba el rato que no estaba dentro de su guarida; allí, como había luz, no sólo escuchaba la radio, al mismo tiempo leía su misal. Son muchos los recuerdos de ese otro rincón, pero pienso que el más persistente es el de los episodios de la radionovela de El conde de Montecristo, todos los días a las cinco y media de la tarde. Duró tantísimo tiempo que creo no exagerar si os digo que empecé a escucharla antes de cumplir los siete años y que estoy segura de que cumplí bien largos los ocho, antes de que acabara. Mi abuela, yo y Edmundo Dantés. Y que se parara el mundo.

Esta pieza no sólo era el sitio donde encontrar a mi abuela, es que era el centro neurálgico de la casa, en donde se acababa juntando todo el mundo. Desde allí se accedía a la cocina, a la galería en la que estaban el lavabo y el wáter (la casa no tenía cuarto de baño) y a las escaleras de subida al piso superior.

El comedor estaba ocupado en su mayor parte por una gran mesa de castaño. Recuerdo con cariño esa mesa, entre otras cosas, por la cantidad de horas que pasamos bajo ella. Sí, bajo la mesa. En algún sitio en el que el piso de madera debía estar agujereado, quiso la casualidad que se le enganchará un tacón del zapato a mi tía María José y que con él se hiciera un agujero en el linóleo del suelo... justo sobre el aparato de televisión del bar de abajo. Como mi abuela no tenía televisor en aquel entonces, tanto mis primos como yo pasábamos buena parte del tiempo bajo la mesa, peleándonos por poner el ojo en el agujero del suelo para poder ver la tele. Nos descubrieron un día que Marigeles pegó un grito de sorpresa y casi todos los parroquianos miraron hacia arriba. Además de la mesa, recuerdo un par de sillas junto al pequeño balcón, una gran alacena junto a la pared del balcón y unas reproducciones de cuadros de Monet en las paredes.

Apenas recuerdo nada del piso superior; creo que un verano llegué a dormir en una de sus habitaciones durante tres semanas (mis padres habían ido de vacaciones a Portugal y yo había preferido quedarme en casa de abuela). Pero ni siquiera estoy segura de si tenía tres o cuatro habitaciones. Este piso fue casi lo primero en cerrarse de la casa, junto con el cuartucho del ventanuco; como en la Casa tomada de Cortázar, se iban cerrando habitaciones y, simplemente, se ignoraba lo que quedaba dentro, a medida que la carcoma y el mal estado de la madera hacían que el suelo fuera inseguro.

Por supuesto, lo que sí recuerdo perfectamente era la galería del lavabo y el wáter. Y no tanto por el buen funcionamiento de mi vejiga, como porque desde esa galería se veía el patio del bar; y ese patio estaba siempre lleno de gatos y me pasaba muchos ratos muertos observándolos. También recuerdo el gran lavadero de la esquina de esa galería que, con el tiempo, se reconvirtió en una ducha.

Y he dejado para el final la cocina, por todo el tiempo que pasé en ella, pegada a las faldas de abuela. La gran cocina con el gran fregadero de granito a la derecha; al frente la chimenea, en la que se había incrustado una cocina de butano, y la pared izquierda convertida en una gran alacena. Siempre había una gran olla de caldo burbujeando en aquella cocina. Y recuerdo también a mi abuela pelando allí las patatas, con aquellos cuchillos que afilaba en la piedra del fregadero... por lo que la hoja se iba estrechando y estrechando, comida por el desgaste, hasta convertirse en una especie de navajilla. En ese momento, era cuando a mi abuela más le gustaban, decía que eran más cómodos de manejar. Y debían de serlo porque no conozco a nadie, salvo a mi madre, capaz de pelar las patatas de forma tan fina, quitando estrictamente la monda marrón, sin apenas nada de la carne blanca de dentro.

Pero me vais a permitir que salga del reino de mi abuela y vuelva al pasillo de entrada, nada más acabar de subir las escaleras desde la calle. Y que gire hacia la derecha, porque eso nos lleva a mi territorio. No merece la pena que paremos en la salita de recibir: como se puede deducir del nombre, era la sala de recibir a las visitas y a los niños no nos dejaban entrar. Así que no puedo contaros mucho sobre ella. Mejor seguimos hasta el fondo y llegamos a la sala.

Era una sala enorme; a la izquierda estaba la puerta del dormitorio que compartían mi abuela y mi tía Canucha. También terreno vedado, pero la verdad, tampoco era muy interesante: apenas una cama de matrimonio y un armario ropero.

No, mi reino era la propia sala, sin ventanas pero con sus dos puertas para salir a la galería, que ocupaba toda la fachada posterior.

Y su gran pizarra. Seguramente, era a esa gran pizarra a la que quería llegar cuando he empezado a contar esta historia.

Cuando las cosas se pusieron mal y mi madre tuvo que empezar a coser, mi tía Maruja, que acababa de terminar el bachillerato, comenzó a su vez a dar clases particulares en casa. Por eso, en esa sala había una gran pizarra. Y una gran mesa, con un banco para sentarse y bastantes libros de texto. Abundaban especialmente aquellas antiguas enciclopedias que versaban sobre todas las materias de un curso del grado de Educación Elemental. Y distintos tomos, de distintos cursos, de la "Aritmética" de la editorial Luis Vives. Y libros de lectura de cuando mis tíos eran pequeños. Y métodos diversos de Contabilidad y Cálculo Mercantil. Y viejos cuadernos a medio rellenar. Y lápices antiguos, de esos que llamábamos de tinta, porque si mojabas la punta con la lengua, escribía como un bolígrafo y no como un lápiz. Un gran tesoro para mí, que me pasaba horas y horas en aquella sala y en la galería, rebuscando entre los libros viejos, escribiendo y solucionando ejercicios en aquellos viejos cuadernos, dibujando en aquella pizarra... pero dice mi madre que, sobre todo, explicando y dando clases; horas y horas interminables, recitando lecciones que miraba en aquellas viejas enciclopedias o en mis propios libros del colegio. O que recordaba de haber escuchado en el colegio ese mismo día. Y dice mi madre que imitaba tan rematadamente bien a mi profesora, a doña Merceditas, que a veces le entraban ganas de reír cuando se la encontraba de verdad. Porque, por lo visto, la buena mujer le decía que me sorprendía tan atenta en clase a lo que ella decía, que le daba casi miedo. Y mi madre me imaginaba dando clases en aquella pizarra, imitándole, y murmuraba por lo bajo "... y no sabe hasta que punto hace bien en tenerle miedo... "

Pasé mucho tiempo en aquella casa. Mientras vivíamos en Ferrol, pasaba allí casi todas las tardes. Y cuando nos fuímos para Fene, también: hasta los diez años, seguí yendo al colegio en Ferrol y comía en casa de abuela. También esperaba allí por las tardes a que vinieran a buscarme mis padres o a que se hiciera la hora de coger el autobús. Y os la he descrito como la recuerdo de aquella época. Con el tiempo, como he dicho, se cerraron habitaciones. Llegó la televisión, primero a la sala de recibir y luego a la sala grande, a mi sala. Desapareció así la pizarra y el centro vital de la casa se fue trasladando del comedor... a la sala del televisor. Mi abuela dominó el arte de leer, oír su radio y ver la tele al mismo tiempo. Yo ya no pasaba tampoco tanto tiempo en aquella casa, porque ya no iba al colegio en Ferrol, y puede que por ello no me doliera mucho perder mi pizarra y compartir mi territorio.

Lo curioso del caso es que la casa nunca fue realmente de mi abuela. Vivió alquilada en esa casa desde los treinta años hasta los noventa y cinco. Tuvieron que dejar la casa porque se caía a pedazos: el aviso más serio fue cuando se desplomó la chimenea de la cocina. Afortunadamente, mi abuela acababa de salir hacia el comedor y no le pasó nada. Mi tía Canucha encontró un piso en buen estado y a buen precio y se trasladaron. La gran paradoja es que ese piso, que sí fue suyo en propiedad, nunca fue "la casa de abuela". Seguíamos usando esa frase para la casa de la calle San Amaro: "Pasé por delante de casa de abuela y se estaban descolgando las ventanas de la sala". "Dice María, la de Remeseiro, que la casa de abuela la ha comprado una constructora". "El tejado de casa de abuela no va a resistir otra tormenta como la de ayer". "La galería de la casa de abuela amenaza con caer, da miedo pasar por debajo". "Han empezado a derribar la casa de abuela... "

Hoy hay un edificio con tres apartamentos y un dúplex. El portal siempre está cerrado y hay vídeo portero en lugar de un llamador de bronce. Sin embargo, la magia de mi abuela sigue por allí y yo sonrío cuando paso por enfrente, recordando las sorpresillas que nos dejaba en el portal, en la puertecita de la llave de paso. Y, por supuesto, sigo pintando cosas en pizarras...

viernes, 15 de febrero de 2008

Google no es una marca de chicles


Google no será la panacea, pero es lo más parecido que tenemos a un cruce entre el libro gordo de Petete, la Encyclopaedia Britannica y las páginas amarillas. No hace falta ser un experto en búsquedas por internet, normalmente una frase incompleta (incluso, mal escrita) nos permite acceder de forma rápida a lo que estemos buscando y obtener fuentes contrastadas de información. Podemos acceder a documentos oficiales, a versiones light de documentos difíciles de digerir e incluso a imaginería varia sobre temas en principio serios. Pero, por supuesto, para que sea útil, es preciso saber leer. Y querer leer. Y, sobre todo, saber discriminar, analizar y deducir.

De esto deberíamos ser especialmente conscientes los profesores. Ya no somos los reyes del mambo, entendiendo como tales los poseedores privilegiados de cientos de trocitos de información, con la misión de transmitirla, de forma más o menos organizada, a nuestros estudiantes. No, nuestra misión hoy en día, es mucho más bonita: enseñar a nuestros estudiantes a ser ellos mismos los reyes del mambo. Ya no es necesario memorizar cantidades ingentes de información, está toda ahí disponible esperándoles. Y, sobre todo, ya no dependen de nosotros para acceder a la información, la tienen a ¿dos? ¿tres? ¿cinco? clicks de distancia. Nuestro papel pierde protagonismo para hacerles protagonistas a ellos... y, la verdad, lo prefiero: no me importa transmitir mi capitalillo en datos, almacenado de forma más o menos pintoresca a lo largo de los años y poner mi experiencia a su disposición. Pero es mucho más interesante enseñarles a ser críticos con lo que leen, a ponerlo en duda, a analizarlo, a reconocer lo correcto, a rechazar lo erróneo, a no prestar oídos gratuitamente a juicios excéntricos o demasiado floridos. Hoy en día el problema no es acceder a la información, sino discriminar correctamente entre toda la información que está disponible a nuestro alrededor.

Otro colectivo que debería ser consciente de esta nueva situación es el de los periodistas. Ya no dependemos únicamente de periódicos, telediarios y otros informativos para estar al corriente de lo que ocurre. No es sólo que tengamos acceso a muchos más medios de información que hace unos años, es que a poco que busquemos, podemos tener acceso a las mismas fuentes. Un periodista tiene hoy más que nunca la obligación de ser veraz y contrastar la información que publica; puede equivocarse (todos somos humanos) pero si insiste en repetir un error, sin ser capaz de reconocerlo cuando se le indica, sin ser capaz de rectificar, sin ser capaz de comprobar la fuente de información y volver a consultar un dato, corre el riesgo de perder toda credibilidad y de hacer perder la credibilidad al medio para el que trabaja.

Hace poco se publicó una información errónea que afecta a mi universidad (a todas, en realidad) porque alguien, poco informado, no es capaz de distinguir entre el coste medio equivalente de un profesor universitario y el sueldo de un profesor universitario e interpretó mal el informe de fiscalización del Tribunal de Cuentas sobre las universidades públicas. Como ya dije en otra entrada, hay artículos en los que se explica muy bien. Para hacernos una idea intuitiva, hablemos del coste por curso de un estudiante universitario, comparado con lo que paga realmente de matrícula. ¿Somos todos conscientes de que la matrícula de un alumno universitario no cubre el total del coste que supone su formación? Pues, de la misma forma, el sueldo que cobra un profesor (que es el mismo en todo el estado, salvo complementos específicos por comunidades autónomas, y sin diferenciarse por ramas científicas) es sólo una parte del coste que supone como herramienta docente del sistema público. En el coste influye el tamaño de una universidad, el número de alumnos matriculados (cuántos menos alumnos matriculados, más gravosa es una titulación, por eso peligran las titulaciones que no llegan a un número mínimo de matriculados en primer curso), la edad de la universidad (si está construyendo aún sus infraestructuras es más cara que una universidad consolidada)...

Cuando se hizo ver a esa persona que estaba equivocada, que ese no era nuestra sueldo, insistió en que "Los profesores de la UJI corrigen al Tribunal de Cuentas", cuando eso no es cierto. El Tribunal de Cuentas ha dicho la verdad: el informe habla de coste medio equivalente de un profesor universitario. Al único que se pretendía corregir era a quien habló de sueldo, demostrando ser un periodista mal informado, y peor intencionado en sus críticas. Porque cuando se habla con tanta ligereza y tanto desconocimiento sobre datos que afectan a personas, una ya no sabe si es dejadez o si se lo hacen con toda la mala intención del mundo y muy a sabiendas de que se está escribiendo una no verdad... y mientras tanto, se repite machaconamente una idea errónea y se insiste en continuar desinformando.

En fin, a la larga eso tendrá que volverse en su contra. Como he dicho, cada vez accedemos más libremente a la información: si un medio se empeña en tergiversar la verdad, acabará pagándolo, pues perderá la confianza de los lectores. Si un medio miente o informa mal (que tanto me da) cada vez que habla de los temas que conozco, forzosamente acabaré preguntándome si no hará lo mismo con todos los demás temas.

Rectificar es de sabios, dicen. E informarse antes de opinar, de prudentes.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Pedrojota, ¡¡me debes unos 130.000 euros!!


¡¡Ei, chicos, amadme!! No es sólo que estoy como un queso: ¡¡es que soy un partidazo (de la rama técnica, yupppppiiiii)!!




Vaya, caramba, no... igual es sólo una información contrastada de un periódico tan serio que no duda en contar mentiras, con tal de tener un titular contundente en época electoral...




Bueno, pues me deben más de 130.000 euros... Igual me conformaba con que tuvieran la vergüenza torera de retractarse y de no contar más mentiras...


(PD: soy Titular de Universidad con 5 trienios, 3 quinquenios y un sexenio... vamos, que no soy la que menos cobra de la Universidad)

Actualización: Bueno, aquí explican lo que se entiende por coste de un alumno y coste de un profesor universitario, además de enlazar al texto del informe :-) Hay una pequeña diferencia entre coste y sueldo; el sueldo, aparte de en el certificado que os muestro, lo podéis consultar en el BOE :-)

¿Realmente alguien se cree que un profesor universitario gana más que el presidente del gobierno... ?
:-)

Invulnerable, indestructible...


Venga, va, vamos a reírnos un poco. Hoy es un día de esos en que me entran ganas de imitar a Julie Andrews girando y girando y girando mientras cantaba aquello de ...The hills fill my heart with the sound of music / My heart wants to sing every song it hears..., o en los que me muero de envidia por no saber hacer la rueda como Anna Panquin en "El Piano"... sería curioso verme cruzar así el ágora y os juro que hace cinco minutos me he reprimido las ganas...

El cielo tiene ese azul y las nubes ese gris metálico, azulado... y me gusta ver ese contraste que me hace perder la cabeza, mirar hacia arriba y seguir caminando, olvidándome de mirar donde pongo los pies porque podría ir volando. Lo más increíble es que en esos casos nunca piso nada inesperado :-)

No soy indestructible, no soy invulnerable y por eso sé qué me hace daño y qué me hace bien. Y por eso intento agarrarlo con las manos, y retorcerlo hasta mirarlo de frente sin que me tiemblen las piernas. Y por eso he aprendido a describirlo con palabras. Y por eso puedo elegir y elijo sonreír. Y me quiero y te quiero... Azul, sonrisas sin lágrimas y volteretas en mi cabeza. Mañana conseguirás que me tiemblen las piernas. Pero hoy no quiero nada más para estar en paz.





sábado, 9 de febrero de 2008

Mafalda embarazada (Juno)


Me encanta Mafalda. Creo que sólo hay una cosa en la que no estoy de acuerdo con ella, no entiendo que odie la sopa. Pero, por el resto, de mayor quiero ser como ella. Y en eso, precisamente, reside el encanto del personaje: las frases de Mafalda son demoledoras y el que sea una niña la que las diga, las convierte en algo amable, en chiste, más allá de la dureza de la situación expuesta. Luego, lo piensas y cuesta de creer. Y, desde luego, no puedes imaginarte a una niña de siete años discurriéndolas y exponiéndolas.

Todo esto viene a que ayer fui con María a ver Juno. Antes de ir no sabía si sería buena idea... supongo que quería ver cómo reaccionaba ante la perspectiva del embarazo de alguien poco mayor que ella. Se aburrió un poco. Y, si queréis que os diga la verdad, casi que me alegré (caramba, quiero disfrutar más de su infancia, ¡ya nos saturaremos de hormonas en un par de años!).

Por mi parte, yo me he quedado con la impresión de que es una película demasiado amable. Salvo que en Estados Unidos los papis sean muy guais y muy civilizados. No se me entienda mal: me ha gustado. Mucho, además. Había diálogos que me han arrancado carcajadas inesperadas, de algún sitio de mi cabeza que hacía tiempo que no se reía. La protagonista es un encanto y me he sorprendido a mí misma diciendo demasiadas veces que, de mayor, querría ser como ella. Como me ocurría con Mafalda. Y con la misma sensación de irrealidad y sabiendo que seguramente era imposible que una niña dijera eso. También hay ternura. Lo siento si soy una mal spoiler, pero me encantó la forma en que Juno se va dando cuenta de que está enamorada.

Pero, claro, hay ramalazos de miel y azúcar que contrastan mucho con mis propias experiencias sobre el tema, que son amargas y que aún consiguen enfadarme, con todos los años que han pasado.

El verano que hubo entre EGB y BUP, mis trece añitos tan soñados por culpa de una tal Esther que empezó a comerse su mundo al cumplirlos, fue un rosario de bodas de vecinas con las que había jugado en la calle el verano anterior. Parecía que cada día, al llegar a casa, mi madre me recibía con el parte de nuevas bodas imprevistas; y a mí me daba rabia, y me dolía, cada nuevo anuncio. Era antinatural, hipócrita, estúpido, rompevidas... como si además de haberla fastidiado, o por ello precisamente, te castigasen toda la vida, te obligasen de repente a convertirte en adulta. Y lo peor es que todo el mundo lo veía justo, era "lo que había que hacer": dejar de estudiar, dejar de crecer, como si la vida pudiera meterse en un microondas para acabar de prepararla, en lugar de dejarla cocerse en su jugo.

Para acabar de romperme el alma, entre esas bodas se coló la de Chus, mi mejor amiga, la compañera de pupitre que tanto me costó encontrar al cambiar de colegio, de Ferrol a Fene. Lo chusco, la gracia, la desgracia, es que Chus se casó porque quiso, no estaba preñada. Pero en una sociedad que ve tan natural que se casen niñas de trece años, ¡qué más da! Creo que nunca lloré tanto como el día que se casó. Me sentía estafada por más de un motivo. Supongo que el principal fue completamente egoísta; quería que Chus siguiera estudiando, seguir compartiendo mi tiempo, mi amistad, con ella, que se viniera conmigo al instituto y no que se metiera en una cocina a pelar patatas. Pero, también, me sentía impotente a la hora de protestar por una sociedad que no se preocupaba de que las niñas se metieran a realizar faenas propias de mujeres adultas. Por no hablar de la rabia y de la bilis que tragaba cada vez que en el supermercado, en la carnicería o en la frutería, tenía que escuchar bienintencionadas conversaciones de santas marujonas que se dedicaban a repasar las últimas novedades del barrio... supongo que siguiendo la máxima de que cuánta más mierda se esparce sobre la vida de los demás, más se disimula el olor de la que se tiene en casa.

De alguna forma, sigo enfadada con la sociedad por ese motivo. Los embarazos entre adolescentes se siguen produciendo y una no sabe qué pensar. Hay varias cosas que me dejan preocupada, y que me dejarían a cuadros si eso le ocurriera a mi hija. La primera duda que me asaltaría es si de verdad había deseado acostarse con alguien o si se había dejado convencer, presionada por vaya a saber usted cuál de todos esos motivos ridículos que son tan importantes durante la adolescencia. Y, por supuesto, el nivel de conocimientos sobre métodos anticonceptivos, en la teoría... y en la práctica. Estoy harta de ver imágenes de esas clases de educación sexual en las que enfundan condones a plátanos o a modelos de penes de resina plastificada. El que no haya tenido problemas para colocar uno la primera vez que lo haya usado, que se vaya a soltar lobos a otro lado. Y si alguien pretende convencerme de que un adolescente hiperhormonado, enfrentado al sexo por primera vez, va a tener el cuajo y la paciencia necesaria para colocarlo bien etc. etc., que lo intente con el de la Bella Durmiente, porque este cuento no me lo trago. Se me ocurren más motivos de preocupación, como que disfrute de esas relaciones, o que dé a esas relaciones la justa importancia que merezca su pareja. O que tenga confianza conmigo para contarme lo que se tercie y también para callarse lo que sea sólo suyo.

Pero creo que el principal motivo de preocupación, aquel en el que acaban desembocando todos, sería dirimir cuál es mi grado de responsabilidad y cuál es el suyo. Dónde acaba mi función como madre, contándole mis experiencias, dándole mi opinión y mis consejos, y dónde empieza su parte de convertirse en adulta y tomar sus propias decisiones. Puede que sea lo que da más miedo en todo este fregado: la decisión es suya, su vida es suya y yo sólo puedo intentar estar ahí, deseándole suerte. Nada más. Y nada menos.

(333) January mini-AIR


Me llegó esta semana por correo electrónico. Espero que lo disfrutéis tanto como lo he disfrutado yo; y, de paso, celebro la entrada 333. Actualización: ¡¡No sé sumar!! :-D


De: Marc Abrahams
Fecha: 30 de enero de 2008 22:33:55 GMT+01:00
Para: mini-air@air.harvard.edu
Asunto: [Mini-air] January mini-AIR - Troy and the military-industrial complex / dog dandruff & human reproduction

PLEASE FORWARD/POST AS APPROPRIATE
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The mini-Annals of Improbable Research ("mini-AIR")
Issue number 2008-01
January 2008
ISSN 1076-500X
Key words: improbable research, science humor, Ig Nobel, AIR, the
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A free newsletter of tidbits too tiny to fit in
Annals of Improbable Research (AIR)
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2008-01-01 TABLE OF CONTENTS

2008-01-02 Imminent Events
2008-01-03 What's New in the Magazine
2008-01-04 Troy and the Military-Industrial Complex?
2008-01-05 Rising to the Rupzóiyat? Bóppum Challenge
2008-01-06 Burnt Food, Grails, Clocky, Molasses, P.D.Q. Bach
2008-01-07 UK Tour Taking Form
2008-01-08 Bjork-Shiley Convexo-Concave Valves Poets Selected
2008-01-09 Convexo-Concave (Supplemental)
2008-01-10 Dove-on-Plovers Competition
2008-01-11 RESEARCH SPOTLIGHT: Dog Dandruff and Human Semen
2008-01-12 BLOGLIGHTS: Chalk, Cuteness and Sleep-in-Parts
2008-01-13 MAY WE RECOMMEND: Cordial, Dream, Dentistry, Dead
2008-01-14 Improbable Research Events
2008-01-15 -- How to Subscribe to AIR (*)
2008-01-16 -- Our Address (*)
2008-01-17 -- Please Forward/Post This Issue! (*)
2008-01-18 -- How to Receive mini-AIR, etc. (*)

Items marked (*) are reprinted in every issue.

mini-AIR is a free monthly *e-supplement* to the print magazine Annals of Improbable Research

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2008-01-02 Imminent Events

AAAS Improbable Session Friday, Feb 15, 2008
Details: see below, section 2008-01-06

2008 Ig Nobel Tour of the UK March 7-16, 2008
Details: see below, section 2008-01-07

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2008-01-03 What's New in the Magazine

The entire magazine -- the Annals of Improbable Research -- is (we repeat) now online for free. In jargon terms: the magazine is now open access. Please help us spread the word!

The January/February 2008 issue (vol. 14, no. 1,) is a special Reclassification/ Renaming issue. Read it online at [http://tinyurl.com/yo5syo].

Highlights include:

* * *

"Artificae Plantae: The Taxonomy, Ecology, and Ethnobotany of the Simulacraceae," by Kurt Allerslev Reynertson, Julie Velasquez Runk and Nat Bletter. The authors usher plastic and other artificial plants technically into the welcoming bosom of botany.

"Constellation Reformation," by Ursula Majors. The author writes: "A constellation is a group of stars that form a particular pattern... all have Latin names. Examples include Aries, Cygnus, Pisces and Virgo. These archaic descriptors and their associated myths are usually lost on today's youth.... I have devised a comprehensive restructuring of constellation naming conventions as a means of attracting more students.... For example, consider Cassiopeia, which depicts the mythological queen sitting in a chair. I believe that this constellation would be much more palatable to today's youth if it were reoriented and renamed Handgun, as illustrated in Figure 1."

* * *

Past issues are at [http://www.improbable.com/magazine/]

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2008-01-04 Troy and the Military-Industrial Complex?

The mystery of Troy Hurtubise just deepened. Troy, you will recall, won an 1998 Ig Nobel Prize for developing and personally testing a suit of armor that is impervious to grizzly bears, an achievement documented in the film "Project Grizzly." Troy has subsequently claimed to invent several extremely imaginative pieces of technology -- fireproof guck, life-saving blast cushions, super-powerful high-energy rays, and the like.

We often receive phone calls from people who want to find, converse with, or, who knows, maybe even marry a particular Ig winner. This week a woman phoned, said she works for Lockheed Martin, and that wants to talk with Troy Hurtubise. Caller ID indicated only that she is located in Alexandria, Virginia. Her manner was, in our estimation, businesslike and mildly mysterious, with low undercurrents of high security and international intrigue. We asked why she wants to talk to Troy. She changed the subject. We asked a second time. She hung up.

Is this a harbinger for Troy of imminent, lucrative technological collaboration? Or of something dire? Or is it simply an addition to the long series of admirers attracted to the charismatic, semi-swashbuckling inventor/ adventuresman from North Bay, Ontario?

In any case, we wish Troy protection both from his occasional too-risky technological experiments and -- more to the point here -- from self-unidentifying secretive agents.

For background on Troy's works over the past decade:
[http://tinyurl.com/2ksyt3] [http://en.wikipedia.org/wiki/Troy_Hurtubise]

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2008-01-05 Rising to the Rupzóiyat? Bóppum Challenge

Many persons, humble and great, rose to the Rupzóiyat? Bóppum Challenge. Their collective efforts prove that, in one case at least, reality preceded fiction.

As told here last month, a researcher named G. English conducted an experiment in 1916 to find out what people would assume about a person with a strange name. G. English concocted a list of what she considered to be 50 strange, nonsense names. We posed you a challenge: How many of those names are not just inventions -- how many of those names belong to real, live (or even real, dead) persons?

The answer: lots of them.

The names are, taken as a whole, unusual: Cherin; Poisher; Kilom; Koikert; Vazal; Dawfisp; Zoque; Spren; Dawtho; Rupzoiyat; and 40 more.

Improbable researchers loosed themselves upon archives, databases and directories. Their hastily scribbled and typed reports temporarily overwhelmed our ability to analyze, collate and summarize. In the very near future, we hope, you will see here some details about some of the real-life Cherins, Zoques, Blags, Gribs, Bunoys and others. In the meantime, please try to remain calm.

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2008-01-06 Burnt Food, Grails, Clocky, Molasses, P.D.Q. Bach

The annual Improbable Research session will happen on Friday Night, February 15, at 8:00 pm at the AAAS Annual Meeting. This year it's in Boston, Massachusetts, at the Sheraton Boston Hotel.

Speakers (each of whom will be brief!) include: Ig Nobel Prize winner Gauri Nanda (inventor of Clocky, the alarm clock that runs away and hides repeatedly); Museum of Burnt Food curator Deborah Henson-Conant; Steve Nadis ("Just How Many Holy Grails of Science Are There?"); Toscanini's Ice Cream Proprietor Gus Rancatore (Ig Nobel Chemistry Prize winner Mayu Yamamoto's discovery of how to extract vanillin from cow dung-and applications of this for making delicious ice cream); Gus Rancatore again (The 89th Anniversary of the Great Boston Molasses Flood); Elaine Chew (A technical analysis of the music of P.D.Q. Bach).

It's open to the public, for free. For details see [http://tinyurl.com/k87xs].

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2008-01-07 2008 UK Tour Taking Form

The sixth annual Ig Nobel Tour of the UK (for National Science & Engineering Week) will happen in early March 2008. Action-packed content includes (to name but three of many): The medical effects or sword-swallowing; the effect of country music on suicide; and the The problem (yes, the The problem).

For the almost-full lineup and a partial schedule (and/or to reserve tickets), see:
http://improbable.com/improbable-research-shows/ig-uk-tour/

If your institution would like to host an event, please get in touch with us ASAP.

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2008-01-08 Bjork-Shiley Convexo-Concave Valves Poets Selected

The judges have declared a pair of winners for last month's Convexo-Concave Competition, which asked for a limerick to honor the study "Discrimination in Vitro Between the Acoustic Emissions from Bjork-Shiley Convexo-Concave Valves With and Without a Broken Minor Strut," Medical and Biological Engineering and Computing, D.K. Walker and L.N. Scotten, vol. 29, no. 5, September 1991, pp. 457-64. ttp://tinyurl.com/2cyoqk]

The winners and their poeticalistications are:

INVESTIGATOR JOANNE LEARY:
When struts in a valve appear rusted,
Your Bjork-Shiley jig can't be trusted.
So check its condition:
Acoustic emission
Will tell you if something is busted.

INVESTIGATOR THOMAS MICHEL:
Convexo-concave, fractured strut,
This heart-broken valve did not shut.
And both Bjork and Shiley
Suggested, quite wryly:
"Acoustical pain in the butt."

AND HERE IS THE ASSESSMENT FROM LIMERICK LAUREATE MARTIN EIGER:
If your valves go lub-dub when they shut,
Then your health could be excellent, but
Lub-squish or lub-splat
Could be evidence that
It's time for replacing a strut.

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2008-01-09 Convexo-Concave (Supplemental)

Many other attempts evoked emotions or other lack of non-response in the judges. Here are three of those tiny, trying tales.

INVESTIGATOR SHAYNA B. KRAVETZ:
Said Shiley to Bjork, "Let's invent
A valve that will be heaven-sent.
Whether curved in or out,
Its echo --no doubt--
Will show if its strut has been bent."

INVESTIGATOR DEBORAH HECHT:
"The sound of these valves is not right!"
Exclaimed Doctor Walker one night.
"Why, no," said Doc Scotten,
"A minor strut's gotten
Broke; That, sir, is Bjork-Shiley's plight."

INVESTIGATOR PETER KAPLAN:
When a Bjork-Shiley valve is convex-
O-concave, a good doctor detects
Whether one strut is broken
Not merely by pokin'
But with sound-discriminant checks.

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2008-01-10 Dove-on-Plovers Competition

Dove's view of plovers is the subject of this month's limerick competition. To enter, compose an original limerick that illuminates the nature of this report:

* * *
"Quantification of Microscopic Feather Characters Used in the Identification of North American Plovers," Carla J. Dove, Condor, vol. 99, 1997, pp. 47-57.
* * *

RULES: Please make sure your rhymes actually do, and that your poem is in classic, trips-off-the-tongue limerick form.

PRIZE: The winning poet will receive a (if we manage to send it to the correct address) a free, possibly microscopically feathered issue of the Annals of Improbable Research. Send entries (one entry per entrant) to:

DOVE-ON-PLOVERS LIMERICK COMPETITION
c/o [marca AT chem2.harvard.edu]

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2008-01-11 RESEARCH SPOTLIGHT: Dog Dandruff and Human Semen

Each month we select for your special attention a research report that seems particularly worth a close read. This month's pick:

"Allergy to Human Seminal Fluid: Cross-Reactivity with Dog Dander," Maria Basagaña, Borja Bartolomé, Carlos Pastor, Ferran Torres, Rosario Alonso, Fernando Vivanco, and Anna Cisteró-Bahíma, Journal of Allergy and Clinical Immunology, vol. 121, no. 1, January 2008, pp. 233-9. [http://tinyurl.com/2ypayc] (Thanks to Dan Heck for bringing this to our attention.) The authors, at Universitat Autònoma de Barcelona, Spain, and elsewhere, explain:

"Human seminal plasma (HSP) allergy is uncommon... We sought to assess the presence of IgE cross-reactivity among proteins from dog epithelium and HSP and to attempt to identify the allergens involved....

"Conclusions: IgE cross-reactivity among proteins from dog dander and human PSA is demonstrated."

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2008-01-12 BLOGLIGHTS: Chalk, Cuteness and Sleep-in-Parts

Here are some recent topics in our blog:

[] Unhappiness with chalk
[] Sleep in parts
[] Barf-o-Meter Development
[] Stalin World adds beatings
[] The Lie Guy
[] A technical call for cuteness

and some from the newspaper column in The Guardian:

[] Eats, reads and leaves (library fruit)
[] Hatching a plan to prevent cockpit intruders
[] How anti-bank-robbing inspired anti-hijacking

... and others

Read the blog every day at [http://www.improbable.com]

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2008-01-13 MAY WE RECOMMEND: Cordial, Dream, Dentistry, Dead

RASPBERRY CORDIAL OVER GLASS
"Antibacterial Activity of Raspberry Cordial In Vitro," T. Ryan, J.M. Wilkinson, and H.M.A. Cavanagh, Research in Veterinary Science, vol. 71, no. 3, 2001, pp. 155-9. (Thanks to Wendy Cooper for bringing this to our attention.)

INTERDISCIPLINARY RESEARCH: DREAM, DENTISTRY, GRATEFUL DEAD
"An Experiment in Dream Telepathy with 'The Grateful Dead'," Stan Krippner, Monte Ullman and Bob Van de Castle, Journal of the American Society of Psychosomatic Dentistry and Medicine, vol. 20, no. 1, 1973, pp. 9-17. (Thanks to Bill Saidel for bringing this to our attention.)

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2008-01-14 Improbable Research Events

For details and additional events, see
[http://improbable.com/improbable-research-shows/complete-schedule/]

AAAS ANNUAL MEETING, BOSTON -- FEB 15, 2008
IG NOBEL UK TOUR -- MAR, 2008
AMERICAN SOCIETY FOR MASS SPECTROMETRY (ASMS) ANNUAL CONFERENCE, DENVER -- JUN 1, 2008
CHELTENHAM SCIENCE FESTIVAL, UK -- JUN 7, 2008
DFG ANNUAL ASSEMBLY, BERLIN, GERMANY -- JUL 1, 2008
IG NOBEL PRIZE CEREMONY -- OCT 2, 2008
IG INFORMAL LECTURES -- OCT 4, 2008

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ASSOCIATIVE EDITOR: Mark Dionne
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Sigo soñando...

martes, 5 de febrero de 2008

Scrabble



Clay Bennett Cartoon Archive

How young are you?


El anciano caminaba sin prisas, con el periódico bajo el brazo, como todos los días. Llevaba un traje de chaqueta de lana de color gris oscuro, quizás demasiado grueso para la época del año, y lucía orgulloso un viejo borsalino de fieltro, también gris, que siempre inclinaba, coqueto, hacia la izquierda. Al llegar a la plazuela, y tras comprobar que estaba libre, se dirigió a su banco preferido, bajo un laurel que protegía su cabeza del sol, pero dejaba el resto del cuerpo preparado para recibir una inyección de rayos solares. Llegó, pegó un par de manotazos con el periódico al banco, más por rutina que por intentar limpiarlo, se sentó y se dispuso a leer: sacó del bolsillo sus gafas, las limpió con gran protocolo, se las ajustó sobre la nariz y abrió, por fin, el diario.

No tuvo tiempo de salir de Internacional, ya que al poco tiempo de haber comenzado a leer, oyó una vocecilla,

-"Hola, señor, ¿quiere galletas?"

Levantó la vista del periódico y la dirigió sobre las gafas, para poder ver a quien le había hablado. Se encontró con una niña de unos 4 años, con el pelo castaño oscuro, muy corto, y con una cara todo sonrisas... allá donde no estaba oculta por el barro. Se notaba que la niña había estado muy ocupada: llevaba un cartón entre sus manos, como una bandeja, y sobre el cartón al menos una docena de deliciosas galletas del mejor barro de aquel parque: las había redondas, cuadradas, triangulares... todas ellas adornadas convenientemente con los toppings más variados: gravilla fina, arenilla, pétalos de margarita, diminutas flores de color azul, trocitos de hierba, semillas de diente de león...

Y el anciano sonrió y mientras lo hacía, volvió muchos años atrás a su pueblo, junto a la ría, a la ribera en la que jugaba de niño. Y recordó una tarde en que había estado cocinando mil delicatessen con su hermana pequeña: exquisitas empanadas de barro, rellenas de junquillos y unas semillas que ellos llamaban cebollinas, filetes artesanos escogidos con amor de entre los pedruscos de esquisto que se amontonaba por la zona y aliñados con el zumo lechoso que salía de una planta que su madre nunca les dejaba tocar porque podría provocar que se mearan en cama, y ¡cómo no! grandes tartas hechas con el barro del jardín de la casa, que era mucho más oscuro y consistente que el de la ribera. Decorar esas tartas era un gran reto y valía cualquier flor hermosa, cualquier piedra blanca brillante como de azúcar, cualquier trozo de cristal verde como de menta... realmente se habían emocionado y cuando estaba casi listo el festín, su hermana tuvo una gran idea, ir a casa a por su patito para invitarlo a la merienda. Le costó mucho convencer a su madre, que siempre temía que el pato, demasiado pequeño, se perdiera por la ribera pero ella le convenció con el argumento de que no estaría sola, que su hermano estaba también y el patito no podría perderse. Conseguido el permiso, volvió a donde estaba dispuesta la merienda y empezaron a reír mientras jugaban con todo el barro, mientras fingían que comían, mientras -ya sin ningún disimulo- comenzaba la batalla de barro y los trozos de empanada y de pastel se convirtieron en proyectiles que más valía esquivar... Hasta que sobrevino la tragedia: en medio de la batalla, al perder pie y dar un paso rápido atrás, la nena pisó al pato en la cabeza.

Se quedaron como congelados y sin entender qué pasaba. El pato comenzó a moverse haciendo eses, pero cayó antes de avanzar apenas un metro, con uno de sus ojos completamente lleno de sangre. Su hermana estaba tan aterrada que no podía ni llorar y él se sintió particularmente mal, porque se suponía que era el mayor y había sido la garantía de que el pato iba a estar bien... Les dolió tanto que su madre apenas tuvo corazón para otra cosa que ayudarles a enterrar al pequeño pato en la misma ribera en la que jugaban; nunca les riñó por el incidente, y no fue capaz de mencionarlo delante de la niña en una buena temporada. En cuanto a él, el golpe le sirvió como una dura entrada hacia el mundo de los mayores. Aprendió cada una de las letras de la palabra responsabilidad, de golpe, y sin que nadie tuviera que deletreársela.

-"Señor, están muy buenas... ¿de verdad que no quiere?"

La misma voz que le invitó a recordar el pasado, le devolvió al presente. Con gesto serio, dobló el periódico, se quitó las gafas, las metió en el bolsillo y estiró la mano. Cogió una galleta enorme, con enormes cookies de gravilla, semirrellena de hierba y con un toque de florecillas por arriba, y fingió que la comía. La niña sonrió feliz y cogió, a su vez, una pequeña galleta triangular, rebozada en arena y con pétalos de margarita dibujando un corazón. Mientras merendaban, el anciano comenzó a contarle una historia:

-"Verás, érase una familia de siete ratoncitos que eran muy golosos, y siempre hacían unas meriendas riquísimas: galletas de chocolate, tostadas con leche condensada y con mantequilla y miel, polvorones de canela, bocaditos de nata y grandes pasteles de manzana. Pero había también un gato bigotón que pasaba mucha hambre y vivía cerca de la casa de los sietes ratoncitos y no veía la forma de echarle mano a sus meriendas. Y que cada vez que pasaba por allí y olía lo que cocinaban, se quedaba sin aliento. Una tarde, mientras espiaba a los ratones, se le ocurrió un truco..."

sábado, 2 de febrero de 2008

The book of love is long and boring


Es un libro viejo, pesado e incómodo, que se desmonta en cuanto pasas páginas sin el debido cuidado. El papel es fino, la letra pequeña y no tiene dibujos. El índice está incorrecto y no valen las referencias. A veces huele a moho, a veces se desencuaderna y, como todos los libros, se acaba... No es el libro de arena.

Fui a las bibliotecas y no lo encontré. Me miraron con cara rara cuando rebuscaba entre libros y más libros, recorriendo estantes y más estantes. Saludé a don José cuando encontré el libro con todos los nombres -mientras él seguía su propia búsqueda-, incluso hojeé un libro de Carax... y vi cientos, miles de títulos de auto ayuda. Qué pequeños somos...

Con el tiempo, crecí y aprendí a esperar. Tenía que venir, no es posible buscarlo.

Y empecé a leer mientras tú lo sujetabas. Y aprendí a vocalizar mientras tú escuchabas. Y contuve la respiración mientras tú leías. Empecé a entender cada párrafo, sin buscar líneas entre líneas, sin buscar ilustraciones que no estaban, sin saltarme páginas para llegar antes al siguiente capítulo...

... hasta que llegué a entender porque era tan viejo, pesado e incómodo. No hay que manipularlo, sólo deslizarse por él y disfrutar de la lectura. Desde el principio hasta el final. Y saber cerrarlo cuando acaba, para poder volver a abrirlo.