sábado, 20 de octubre de 2007

Waiting on the sun


Echó un vistazo de reojo a la mesa, comprobando que no quedaban migas de pan, y siguió fregando la cacharrada del desayuno. El gato, como siempre, se había acurrucado a sus pies. Le gustaba la sensación de esa bola peluda y cálida a través de las zapatillas y del pantalón del pijama. Aunque a veces se le escapara algún moridisquillo y tocaba reñirle...

Al acabar y cerrar el grifo, miró de nuevo a la puerta. Seguía cerrada. Recordaba la primera vez que se había encerrado; no contaba con ello y le había pillado desprevenida. No sabía qué hacer, ni siquiera sabía si tenía que hacer algo, o si había algo que pudiera hacer. Sólo le invadía la sensación de que quería ayudar, pero que era torpe y no podía. Seguramente, ese fue sólo un toque melodramático por su parte, una forma de disfrazar una realidad mucho más prosaica: no tenía ni idea, y él no quería que ella hiciera nada.

Fue hacia la galería. Era su momento preferido del día y quedaban ya pocas oportunidades de disfrutarlo; había estado observando la posición por la que asomaba el sol y en dos o tres semanas ese momento quedaría oculto tras el propio edificio, ligeramente orientada hacia el norte. Así pues, merecía la pena interrumpir la faena y contemplar el espectáculo. Había unas nubes caprichosas, casi transparentes; como imitando al mar, se retorcían caprichosas en un especie de espirales que le recordaban a las olas... olas de color rosa, en espirales de color naranja mientras el sol lo iba llenando todo.

Cuando volvió a la cocina calculó si le compensaría poner una lavadora. Fue hacia el dormitorio y, al pasar junto a la puerta cerrada, inconscientemente, contuvo la respiración y pasó como de puntillas. No quería hacer ruido... no, eso era mentira. En honor a la verdad, se moría por hacer ruido. Pero no serviría de nada. Igual conseguía que saliera y le hiciera un gesto cariñoso. Y, a continuación, volvería a meterse en el cuarto y seguiría donde lo hubiera dejado hasta que acabara. No, lo único que conseguiría sería que tardara más. Tendría tanto éxito como si intentara frenar una cascada de agua con un cucharón.

Estaba menos desorientada que la primera vez, pero aún así no podía evitar la sensación de estar perdida. Posiblemente, lo peor era el hecho de ser consciente de que era algo de lo que no podía formar parte, de que asistía a algo en lo que no podía participar y de que, a duras penas, se enteraría del resultado, fuese el que fuese.

Restañó una punzada de nostalgia, que venía acompañada de un pelotazo de celos y algo de impotencia. Esperaría.

Y mientras tanto, pondría una lavadora. Nadie iba a hacer su faena por ella, nadie iba a vivir su vida por ella. De repente, tuvo que pararse y sonreír, el gato se había metido en la cesta de la ropa sucia y estaba jugando... que era su forma de invitarla a vivir.

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