lunes, 5 de marzo de 2007

La espera


El perro había aparecido un buen día, sentado en la puerta de la ferretería. Fermín iba a barrer la entrada, bajo el soportal, y al verlo fue a buscar algo que darle de comer y algo de agua. El perro agradeció la acogida decidiendo que aquel era un buen sitio. Fue hasta un rincón, suspiró y se hizo un ovillo, dormitando en la que fue su postura más habitual durante años.

Un día apareció aquel hombre, bajando la calle con paso cansino y el sol naciente a su espalda. Al llegar a la altura de la zapatería paró y estuvo un rato allí de pie, aunque no demostró interés alguno en los zapatos. Más bien parecía ser una parada casual para situarse mientras buscaba un punto de referencia, un sitio al que llegar.

En ese momento el perro levantó la cabeza y soltó un ligero bufido. Comenzó a mover el rabo y se levantó. Cruzó la calle y fue hacia el hombre.

El hombre miró al perro y le tendió su mano para que la oliera. El perro la olió, después la lamió y se sentó junto al hombre. El hombre sonrió.

Comenzaron a caminar juntos. Y juntos se perdieron calle abajo, mientras el cielo se iba sacudiendo los colores del amanecer y se iba pintando del azul intenso propio del mes de Mayo. Nadie les volvió a ver en el pueblo. Aunque si hay que creer a Ramón, el boticario, es posible que hayan pasado alguna vez por algún pueblo de la comarca vecina.

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