jueves, 23 de noviembre de 2006

Dejemos las cosas como están


Terminó de leer el relato y cerró el libro. Le había costado; por dos veces le había hecho llorar. Y, por hacer bueno lo de no hay dos sin tres, volvió a llorar al acabar. No le había hecho daño, era la simple emoción. No sabía que Benedetti aún le reservaba esta sorpresa.

Apagó la luz y se quedó allí un rato, llorando tan feliz.

Hasta que le oyó llegar al dormitorio. En un gesto tan repetido, giró sobre su costado, y enseñó la espalda. Y, entonces, lloró de verdad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El viejito reserva siempre sus sorpresitas...